martes, 8 de septiembre de 2009

Los condenados de la tierra

LOS CONDENADOS DE LA TIERRA Abbé Henri Stéphane «No hay ni un solo justo, ni uno solo; no hay nadie que tenga inteligencia, no hay ninguno que busque a Dios. Todos han salido del camino, todos se han pervertido, no hay nadie que haga el bien, ni uno solo» (Rom. III, 10-11) Perdidos por la circunferencia de la «rueda cósmica», nosotros hemos perdido nuestro Centro, hemos olvidados /quienes somos/. Nuestros juicios de /«valor» /sobre nosotros mismo o sobre los demás están no tienen fundamento porque ignoramos Quienes son ellos y Quienes somos nosotros. Soñamos que somos Un /tal/ o Un /cual/, confundiendo nuestro «Si-mismo* Inmortal» con la sucesión indefinida de nuestros estados de consciencia. Fabricamos teorías científicas o filosóficas que no son más que hipótesis laboriosas fundadas sobre generalizaciones estadísticas: creemos que el Sol se levantará mañana, porque hasta el presente siempre se ha levantado. Pero, ¿qué impide a Dios aniquilar el mundo en un instante? Nos divertimos en contar los barrotes de nuestra prisión existencial en lugar de intentar salir de ella. Algunos desesperados creen que saldrán de ella por la muerte, pero es eso todavía una ilusión ya que tras la muerte encontrarán otro mundo, otra prisión. Sin embargo la muerte corporal es un símbolo de la muerte verdadera, la /muerte mística/, por la cual nosotros escapamos finalmente a todos los mundos posibles para /«resucitar con Cristo»/. Si, entonces, meditamos sobre la muerte, en el sentido habitual de la palabra, hay que tomar la precaución de transponer el asunto como se acaba de decir: /«Aquel que pierde su vida, la encontrará» (Mateo XVI, 25); «Morir antes de que os muráis» (1)./ Para escapar a la «/ronda infernal»/, es necesario que seamos captados por el Símbolo: /«Yo vendré a vosotros como un ladrón» (Luc XII, 39-40)/. Es necesario que estemos listos para ser pulverizados por la /«fulguración»/ súbita del Rayo Celeste, y para esto no ofrecer ninguna resistencia a su Acción divina. Todos nuestros actos son deficientes, limitados al ámbito de la naturaleza*, y sus frutos se nos escapan. Es necesario que sean /orientados/ por el Símbolo y hacia el Símbolo, e /integrados/ en el Conocimiento del Acto* Puro. Así concebido, el acto es una /«vibración espiritual» /que emana del Acto Puro y que vuelve a él, tras su /«refracción cósmica»; /visto de otra manera, a nivel de la consciencia humana y de la naturaleza, no es más que un /«residuo»/, un /«rayo quebrado»/ que se pierde en la superficie del Océano cósmico. Nos resulta imposible escapar del /«encuentro de Dios»/. En efecto, todo viene de él y a él vuele, pero desgraciado aquel que no está revestido del traje nupcial, porque será expulsado a las tinieblas exteriores (Mateo XXII 13) . Pero: ¿/Qué /de nosotros es expulsado? Porque solo Dios es Real.

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